miércoles, 9 de mayo de 2012

El Megane, un auto de ganador

Siempre quise tener uno de esos. Me acuerdo cuando salió la publicidad del hombre que decía “yo, yo soy Megane”. O hace algunos años, una donde el hijo y el padre viajaban juntos, el padre sacaba la cabeza por la ventanilla en el auto y el viento sobre su cara lo transfiguraba, lo hacía lucir más joven, igual a su hijo que estaba al lado. Éste último cuando veía eso aceleraba aun más y hacía sentir bien a su papá. Esta publicidad nos vende al Renault Megane como un auto para tipos nobles. Padres de familia, pero que todavía no han pasado los cincuenta. El típico padre de familia de las publicidades. Otra es la de la autopista del Sur, donde un hombre se dormía en medio del tráfico, un hombre bien parecido que tenía por protagonista a Alfredo Pierrard quien recibía el aviso de una chica del auto de al lado que le decía “vamos”. Una chica muy bonita por cierto. El hombre empezaba acelerar para no perderla, gambeta va, gambeta viene pasaba a todos con su Megane. Era una publicidad con un excelente montaje, muy buena edición, narrada en forma de cuento o de película de Hollywood. La de la autopista difícil donde los carteles no se entienden, con el camino enjabonado que luego se torna en un sitio de ensueño, con chicas en bikinis que pasan en bicicletas dialoga con esta publicidad en el mismo sentido. Megane, un auto de ensueño, un auto de ganador y aventurero. Pero toda aventura tiene su recompensa, al mejor estilo Indiana Jones el arriesgado se queda con la chica. Pero no se vende sólo el auto o la chica, sino una manera de vivir, una forma de ser. Un auto para aguerridos. Esos son los mensajes en los que se apoya la publicidad para vender autos. Algo es innegable igual, el auto está buenísimo.